Monólogo de una mujer desnuda /Lizeth Sevilla
I 
Nuestro amor era un simulacro, 
un antifaz del tiempo sobre nuestra memoria, 
el amor que hacíamos todos los días 
con las ausencias y presencias, 
el amor que gastábamos luego en besos 
arrancando resuellos pasionales 
al raciocinio, 
cuando empezábamos a extrañarnos 
con un dolor lúdico 
en el vientre, 
en las manos, 
en la boca, 
en el silencio 
donde hacemos falta, 
en la oscuridad: 
bendita dualidad del deseo no consumado, 
cuando nos enseñamos 
la tierra, 
el agua, 
el viento, 
y lo indecible 
se descifraba en tus manos 
[y en tu boca], 
cuando tu lengua resolvía 
cálidamente 
los misterios de mi cuerpo enardecido 
de ti, 
de todo. 
II 
Todas las noches eran de tango, 
de violines necios 
que han susurrado por los siglos de los siglos 
besos graves, 
miradas graves, 
ausencias graves, 
cuerpos sin memoria que siguen creando 
en el tiempo, en su espacio, 
que se encuentran 
y desencuentran. 
III 
En el presente que no te incluye, 
trazo líneas de tu cara 
con el humo del cigarro, 
te salvo de la abstinencia, 
de no imaginarte… del olvido. 
Y vivo en un exilio de tu cuerpo, 
de tus manos, 
tus silencios, 
en un exilio imperecedero 
sin retorno, sin luz, sin ti, 
entre los escombros y las cenizas, 
el humo y la noche, 
y construyo andamios y colmenas 
en mi regazo 
donde no duermes… 
IV 
Te desprendo del celofán que te asfixia 
[lentamente] 
te sacudo, 
existes, 
te acaricio con la boca húmeda 
imprudente, 
muda. 
Cruzo las piernas, los dedos, 
el alma 
y converso contigo, 
me fumo tu aliento, 
soberanamente me fumo tu aliento, 
el aire pesado que respiras confundido. 
Y mancillo tu boca 
[que no es mía], 
muerdo tu boca 
y el dolor es dulce. 
Hundo mis dedos 
en la selva inmortal de tu cuerpo 
donde los peces 
y el musgo 
se adhieren a mi historia. 
Te fumo 
y de vez en cuando me ahogo, 
me asfixio con el murmullo de tu aliento, 
y en esa muerte diminuta 
donde tu ausencia es utopía 
te vuelvo a enseñar 
el agua, 
los tangos, 
la tierra por donde no transitas 
sábado, 12 de mayo de 2012
Nahui/Lizeth Sevilla
Nahui
Lizeth Sevilla
Espero que
cuando yo esté muerto comprendas 
que conseguí
tanto como pude.
Charles Bukowski
I
Debió ser doloroso Nahui 
abrir los ojos en una cama
sin tu mujer al lado
dejar pasar la eternidad
                          -que te pertenece-
bebiéndote las olas
de un mar dulcísimo
recorrer las plazas comerciales
con ese ejército de ángeles asexuados
que no podrás poseer/
porque en tu nuevo mundo 
no está el cuerpo mío
amándote 
teniéndote cerca de la piel
que ahora arde y envejece
en esta tierra de misterio y tumbas.
Debió ser extraño mirarte en las aguas
cristalinas 
con tu ropaje blanco.
Escuchar mientras caminabas 
los murmullos de terceros que te
cuestionaron 
y desde entonces te condenaron al
olvido.
Debiste añorar esos conciertos coreanos
                            -que sólo tú
entendías-
en aquel mundo sin lengua/
los atardeceres en los que Lhasa de Sela
se incrustaba en tus oídos
mientras leías a Platón o a Wittgenstein
y yo tomaba café o agua.
Cómo debió dolerte
no tener en tu mochila el viejo libro
Nietszcheriano
que cargabas en tus viajes,
la colección de Alighieri 
que te ponía de malas cuando llegabas al
infierno
y salían ese momento tus fantasmas
al filo del atardecer
                            reclamando tu
presencia.  
No pude seguirte Nahui
porque me quedé llorando tu ausencia
en esa tarde de julio en que te reventó
la vida
y ya no quedaron fuerzas para reclamarle
al destino.
Cómo me entume el tiempo Nahui,
el ruido de los carros, el vacío de las
noches en vela
esperando que vengas y me expliques
que me digas del neoliberalismo,
del misterio de los cuerpos despojados.
II
Qué le vamos a hacer a la vida
Nahui
si así nos la construyeron
muda
inerte por antonomasia
sin asombro
sin renunciamientos 
con el caos agrietándonos los labios para
no hablar jamás.
Cómo te explico Nahui el abandono
cómo te curo las heridas 
de esa alma tuya
que se ha ido a adolecer 
                a otros paraísos
cómo te digo a ti
del libre albedrío
si elegiste bien al desafiar las reglas
de los mundanos
de los que vamos por la vida creyéndolo
todo
el currículo
la lengua
el sexo
los divorcios
III
Nos has dejado para siempre
dolorosos
con el miedo entrando por las uñas
con las lagrimas quemando los rostros
de esos entes que nos miran y callan
con la moral rasgándonos el pecho
y la ciencia atolondrándonos 
la vida…
Cómo me harás saber de ese momento
-católico y apostólico que tanto
odiaste-
en que vengas y tumbes la puerta
tires los libros
asustes al gato 
y me digas con la fuerza del que regresa
que no ha pasado nada…
Hay que volver a dormir…
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)